lunes, 12 de septiembre de 2011

La ausencia.

Carmela y yo somos amigas recientes. La quiero como una prima. Deseo de corazón que la acompañe alguien que realmente la merezca y le baje una a una todas las estrellas del cosmos. Es lo más gracioso, buena onda y pilas que te vas a cruzar. La rodea una energía positiva y pujante. Sin embargo se encuentra en esta relación tóxica de la que no puede salir hace más de un año. Carmela firmaría un pacto con el diablo hoy mismo si a cambio pudiera conseguir que él la amase como ella necesita. Ya sabemos que cosas así no suceden en la realidad.
Su amante se desvive por ella solo cuando está por perderla. Por ende tienen una relación basada en la comodidad, sin compromisos y con muchos, muchísimos reclamos. Estan bien, a ella le empiezan a faltar un montón de cosas, hace el pedido explícito, expresa su necesidad, él hace caso omiso. Ella estalla, vuela todo por los aires. Él se da cuenta de que la puede perder, esta vez la puede perder en serio y activa un montón de mecanismos que sabe, a ciencia cierta que la enamoran. Y todo vuelve a empezar.
El sábado me manda el siguiente mensaje: "No es que yo sea perseguida sino memoriosa. El gordo tenía 4 forros en su mesita de luz y ahora tiene uno solo. ¿Qué decirle? Me angustia, no sé qué hacer".
Nadie querría estar en su lugar. Me imagino la taquicardia del conteo; ¿cómo uno solo? ¿y el resto? De qué vale que le diga algo. Nada va a cambiar. "Yo tampoco soy una carmelita descalza" agrega enseguida. Me río por lo pintorezco del comentario y el juego de palabras con su nombre. Me pregunto cómo materializar en palabras (no gritos) lo que puede estar sintiendo Carmela para poder aconsejarla.
Después de un rato de calmarla, le sugiero el enfrentamiento, un pedido claro de explicaciones. O soltar para siempre. Todavía no pasó ninguna de las dos cosas. Veremos como sigue.

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